Reseñas y opiniones de libros, voz en poemas, algún escrito propio.
Cualquier cosa improvisada dentro de esa magia que llamamos literatura.

martes, 25 de marzo de 2014

Lectura no recomendable









Cuéntame cómo era ayer el mundo, que el de hoy se cae a pedazos. Dicen que siempre hubo esta sensación de orfandad, pero yo no puedo sentirla en mi piel. Yo me caigo ahora a pedazos. La trivialidad del fútbol y la policía de apodera de las calles, ni siquiera el tiempo y la muerte parecen tener importancia. ¿En qué mundo vivimos? Cuéntame cómo era pasear por una calle cuando las personas se miraban y se deseaban buenos días, cuando existía un enemigo al que aniquilar y no un enemigo ambiental, un enemigo que se respira en las sombras, incorpóreo, sin identidad definida. Siéntate aquí, y mírame a los ojos, para contarme cómo antes las personas se miraban a los ojos; dime como era tener un perro que caminaba a tu lado sin necesidad de una correa. Háblame de todo aquello que existió: la confianza y el honor; porque los primeros hombres pusieron nombre a lo que existía, lo que no existe nunca se denominó. Así que no me hagas creer que no existieron porque la libertad, la confianza y el honor tienen nombre, existieron. O, ¿acaso fueron elucubraciones de poetas locos, de artistas desvelados que confiaron en un mundo? Porque mientras el mundo duerme, es muy fácil confiar en él. Lo sé, porque salgo a la calle de madrugada y no hay seres humanos, ni odio, ni rencor, ni falsas miradas; y entonces todo puede existir. Es como si el mundo fuera nuevo, como si al amanecer pudiéramos crear un lugar donde vivir. ¡Vivir!, que nunca fue lo mismo que sobrevivir. ¡Cuéntame que aún existe esperanza para la raza humana! Aún conservas luz en la mirada, a ratos ocupas tu pequeña despensa y te apagas pero, a ratos, ¡porque aún conservas luz en la mirada! Aún me miras a los ojos y confías y dices que todo va a estar bien en este mundo que se cae a pedazos entre insultos callados y miradas nunca cruzadas.
      Hablar con uno mismo es darse cabezazos en una iglesia vacía, donde retumba el eco de las plegarias que nunca fueron concedidas. Porque se rezó a mil dioses para evitar una fatídica muerte, pero murieron. Todos murieron en la esperanza de que el mundo cambiara sin caerse a pedazos. Ahora sólo quedan piezas sin esquinas, cachitos perdidos de vaso que se estrelló contra el suelo en algún mal humor de alguno de aquellos dioses. También la desesperanza será una ofensa a los dioses, quizá por eso a la raza humana no le quedé salvación. Demasiadas ofensas a esos seres que nunca supimos dónde nos abandonaron para irse a jugar al mus, apostando –quizá- con nuestras almas.

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